miércoles, 3 de diciembre de 2008

no hay dos sin tres...

Hoy han muerto algunas barreras en clase, y han nacido nuevas voces, que traían en sus bocas nuevas sonrisas.
Hoy ya se respiraba ambiente de grupo: se reconocen en las letras y las bromas, se señalan sin maldad, se sientan juntos, abren sus cofres.
Hoy han compartido anécdotas, recuerdos, conocimientos, sentimientos; hoy han inventado historias con pocas palabras.
Hoy hemos sido nosotros, un nosotros que ya tiene identidad propia, personalidad y carácter, aunque nos faltaban unos cuantos rasgos... a los que hemos echado de menos.

Hoy, de nuevo, quisiera daros las gracias por darme tanto.


(Pero, aunque ahora me ponga tierna, mañana habrá más dinámicas y alguna que otra sorpresa...)

2 comentarios:

  1. O.K. Noe, así lo haré.

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  2. RESTAURADORES Y COCINEROS

    Desde que el DRAE aceptó como tercera acepción de la palabra restaurador la de "persona que tiene o dirige un restaurante" ha surgido una polémica, generalmente amable, entre quienes estiman que el término no es ya correcto, sino muy adecuado y quienes piensan que se trata de un palabro sin razón de ser, puesto que el propio DRAE, y el vocabulario español, tienen otras muchas palabras para denominar a quien se dedica al benéfico oficio de dar de comer (por supuesto, contra el correspondiente pago de material y servicio) al hambriento.

    Una vez más, como es normal en cuanto de términos relativos a la gastronomía, nos hallamos ante una traducción literal, o quizá ni eso, sino una adaptación, de una expresión tomada del francés, que, nadie lo olvide, fue durante mucho tiempo, e incluso en buena medida lo sigue siendo ahora, la lengua de la cocina, de la gastronomía. No estará de más recordar que el propio DRAE recoge la voz restorán, pronunciación bastante aproximada del francés restaurant, pero que prefiere el españolizado restaurante.

    Para mí, la definición es clara y justa y no entra en colisión con 'cocinero': Se puede ser restaurador sin cocinar. Hay muchos casos de personas que "tienen o dirigen un restaurante" y que jamás han pensado en vestirse de blanco y trabajar en los fogones. Por supuesto y más en estos tiempos de auge de los "cocineros-propietarios", hay muchos cocineros a los que podemos llamar restauradores. Habrá que añadir que, en general, todos prefieren ser llamados cocineros. Pero ¿cómo llamar a personas como Jesús María Oyarbide, capitán de la Marina Mercante que un día decidió desembarcar definitivamente y fundó uno de los restaurantes más prestigiosos de España?. el 'Zalacain'. ¿Cocinero?
    No, no lo era. ¿Tabernero, como él mismo decía? Pues... la verdad es que "Zalacaín" no era, precisamente, una taberna. Ni un mesón, ni un fogón, ni una tasca, ni una casa de comidas: era un restaurante de lujo y magnífico.

    Otra cosa es que la palabra 'restaurante' aplicada a este tipo de negocios tenga un origen curioso.
    Veréis...
    Allá por el siglo XVIII, antes de la revolución francesa, los oficios, en París, estaban muy reglamentados por los todopoderosos gremios, de forma que uno podía, pongamos, servir caldos, o comidas preparadas, pero no podía servir en su casa un guiso, un ragú. Hubo un ciudadano llamado Boulanger que tenía un figón en el que, un día, empezó a servir cosas en teoría no autorizadas.

    Naturalmente, los gremios de la competencia protestaron; la cosa llegó a los tribunales, y éstos le dieron la razón a Boulanger. Este avispado ciudadano instaló en su establecimiento un rótulo en el que, en muy macarrónico latín, se decía: venite ad me omnes qui stomacho laborabis, et ego restaurabo vobis. Más o menos, venid a mí todos los que trabajáis (o hacéis trabajar) al estómago, y yo os restauraré (os reconfortaré, os repondré). Esos caldos empezaron a llamarse restaurants, y del caldo se pasó a denominar al propio establecimiento.

    La palabra tuvo éxito y más habida cuenta de que a partir de 1792 los grandes cocineros, que entonces estaban al servicio de la aristocracia se quedaron sin empleo porque sus patrones, en el mejor de los casos, hubieron de poner pies en polvorosa y en el peor, acabaron en la guillotina. Esos profesionales de la cocina optaron por abrir sus propios negocios y les llamaron restaurants, término que se impuso en todos los idiomas, para diferenciarlo de los susodichos mesones, fogones, tabernas o casas de comidas,

    Y la verdad, si hace doscientos años que aceptamos que un sitio donde nos sirven comidas completas se llama restaurante, no veo demasiada dificultad en llamar a su dueño, o a su director, restaurador... salvo que sea, al mismo tiempo, el cocinero, lo que, por otra parte, no nos impide considerarlo, además, restaurador.

    O sea: que Juan Mari Arzak o Carlos Arguiñano, por poner dos ejemplos bien conocidos, son cocineros, qué duda cabe; pero, en tanto que dueños de sus propios restaurantes, son, también, restauradores.

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